“¡Oh
libertad, cuántos crímenes se comenten en tu nombre! El grito de Madame Roland
en el momento de su ejecución en la guillotina en 1793- en pleno terror
revolucionario- no ha dejado de escucharse. La plena libertad- en todos sus ámbitos-
ha sido una lucha constante durante la historia de la Humanidad. Tal como
ocurrió en 1793, tuvieron que pasar casi doscientos años para que la historia
volviera a repetirse. Fue en 1933 con la subida al poder de Adolf Hitler cuando
las libertades de los individuos fueron, de nuevo, cercenadas. Por
este motivo comenzaron a crearse en Alemania movimientos en contra del régimen nacionalsocialista.
Entre ellos sobresale La Rosa Blanca, un
grupo de resistencia anti-nazi fundado en junio de 1942 que abogaba por el uso
de la palabra como única arma para derrocar al régimen.
Sus
fundadores, si se pueden llamar así, fueron dos hermanos: Hans y Sophie Scholl.
Más adelante se unirían al grupo Chirstoph Probst, Wili Graf, Alexander
Schmorell y por último, un profesor de la Universidad de Múnich, que apoyó a este
grupo pacífico, Kurt Huber.
Un
acto de valentía
Era el 18
de febrero de 1942 cuando Sophie Scholl encontró su final. Una fecha fatídica
que acabaría con uno de los grupos de resistencia más importantes de la
Alemania Nazi.
Sophie
nació en 1921 en Baden- Wurtenberg. Pertenecía a una familia católica de
valores muy arraigados. Con 18 años se trasladó a Múnich para comenzar sus
estudios de filosofía en la universidad, donde su hermano mayor, Hans, ya
llevaba varios años estudiando medicina y había creado un pequeño grupo de
resistencia, sin la menor trascendencia, del que pronto Sophie formó parte, creándose así la Rosa Blanca.
La vida de ambos y de este grupo de resistencia pacífica lo recoge la hermana pequeña de Sophie y Hans, Inge Scholl en su libro La rosa Blanca, escrito a finales de los años 50. En él Inge Scholl da su visión personal sobre sus hermanos, y la lucha que ambos llevaron adelante y que no acabó solo con su muerte. La Rosa Blanca, afirma Inge Scholl, perdurará en la memoria de los hombres por muchos años. Y es cierto, este movimiento será difícil de olvidar. Si se visita la ciudad de Múnich, no se puede pasar por alto la Universidad, donde en la entrada se encuentra el monumento a la Rosa Blanca, un conjunto de piedras con forma de panfletos para recordar a este grupo que luchó por una Alemania libre.
El
grupo comenzó realizando diversos actos pacíficos: impresión de simples
panfletos donde se abogaba por una Alemania más justa. Sin embargo, en febrero
de 1943 la Rosa Blanca tomó una
postura más enérgica en contra de Hitler. Debido a la cantidad de bajas que se
estaban produciendo en Stalingrado, el grupo decide publicar en su panfleto
número 6 que “Hitler no puede ganar la guerra, sino únicamente prolongarla”. Además en las paredes de las calles de Múnich
se podían atisbar unos grafitis realizados por ellos mismos donde se leía
“Nieder mit Hitler” o lo que es lo mismo “Abajo con Hitler”.
Si bien los panfletos eran repartidos por
correo postal de forma anónima para llegar a un mayor número de lectores, su
siguiente objetivo era llegar a los estudiantes, a los intelectuales… por ello
esta última tanda se repartiría en la Universidad, durante el periodo lectivo.
Fue en un arrebato de Sophie, al lanzar las octavillas desde un tercer piso,
cuando un bedel les interceptó avisando a las SS. Hans y Sophie fueron
detenidos y trasladados a las cárceles centrales de la Gestapo. Tras horas de
tortuosas investigaciones, se les acusó de traidores de la patria.
Tras
pasar dos días en un calabozo se organizó un juicio rápido y sin garantías donde Sophie, Hans y Alexander
Schmorel fueron condenados a muerte. El juicio no tenía ninguna validez legal
ya que los tres estaban condenados de antemano. Cualquier acto en contra del
régimen significaba la muerte inmediata. Tanto Sophie como los demás miembros
de la Rosa Blanca ya conocían las consecuencias de sus actos; conocían asimismo
el castigo, pero la valentía de este grupo por salvar a Alemania, pudo más que
cualquier castigo severo.
Antes
de la ejecución, la compañera de prisión de Sophie- a la cual las SS habían colocado
estratégicamente en la celda para recabar más información sobre Sophie,- acabó
admirando su valentía y seguridad. La mañana del 18 de febrero, Sophie atisbó
los últimos rayos de sol a través de la ventana de su celda. Una de las
guardianas permitió tanto a Sophie como a su hermano despedirse de sus padres. Tras
una emotiva despedida, Sophie fue conducida al patíbulo, donde pronunció sus
últimas palabras “Hoy muero por la libertad”.
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